Jimmy era uno de esos chicos normales. Jimmy era un vecino ejemplar. Jimmy era aquel tipo de persona que, si entrevistaran a sus conocidos tras haber cometido un asesinato; dirían que era buena persona. Pero nada de eso era así.
Por la mente de Jimmy siempre transcurría una segunda voz, una segunda voz que a veces, y solo a veces, odiaba escuchar. Una segunda voz que le hacía reconocerse como una persona desagradable, solitaria y temible.
Estando Jimmy un día acostado en su cama, en ropa interior blanca ajustada, destapado y boca arriba; se encontró absorto mirando el blanco techo, con un cigarro en la mano que se dejaba caer por el lado de la cama. La ventana estaba entreabierta, y el viento mecía lentamente las blancas cortinas. Aquella brisa de verano le rozó el rostro y cada parte de su torso desnudo. Con un leve escalofrío se le endureció un pezón. Para calentarse dió una calada a su cigarro, el olor del ambiente matutino de fin de semana conseguía hacer desaparecer el áspero sabor a tabaco de su lengua. Lentamente giró su cabeza a la izquierda, dejando rozar su corta y arreglada barba contra la almohada en una agradable sinfonía producida por el frufrú de la tela. Miró fijamente la blanca y humeante taza de café, que yacía sobre la perlada mesa junto a la áurea lámpara de coral. Con el debilitado sol por las cortinas reflejándose en sus marinos ojos, entreabrió un poco la boca, dejando ver sus perfectas palas; ligeramente separadas entre sí y en ese mismo instante; recordó su voz.
Recordó estar en la lavandería del edificio, colocando su inmaculada rompa interior en el fondo del canastillo para ocultarla después con el resto de la ropa, coronando el delicado y suave pastel textil con unas pequeñas toallas de mano correctamente dobladas. Recordó coger el canastillo con cierta brusquedad, impropia de él, y recordó llevarse por delante a su vecina Marie...
Marie era una mujer de mediana edad, de unos cuarenta y tantos, casi una veintena mayor que Jimmie, de aspecto jovial; muy hermosa para su edad... aunque algo entrometida en la vida de los demás. Como el resto de vecinos, adoraba a Jimmie, siempre con una sonrisa en la cara y tan dispuesto a ayudar en todo; de hecho una vez; le ayudó a montar su nueva e impresionante estantería Winston... Más que ayudar la montó entera él y ni tan siquiera aceptó un capuchino en una blanca taza que ya le había preparado como recompensa.
En ese momento recordó como ambos cayeron al suelo, recordó soltar fuertemente el canastillo y recordó verse recubierto de pantalones y recordó también ver la cara de Marie hasta las trancas de blancos calcetines y recordó ver los pechos de Marie escondidos tras sus calzoncillos de varios colores.
Recordó que se levantó rápidamente, recordó que Marie agitaba rápidamente sus miembros, recordó verse apartándole las minúsculas prendas al son de falsas disculpas, recordó a Marie levantándose repitiendo una y otra vez "No pasa nada", pero recordó también su voz interior:
- No deberías haber soltado el canastillo, ahora tendría destrozada la cara.
- Lo sé por eso lo he soltado.
- Mírala, esta asustada, ¿no notas que agitado tiene el corazón?
- Nos acabamos de caer al suelo, es normal que este así.
- ...y como se disculpa... imaginatela implorándote piedad golpeándole sin cesar en la cara, manchando con su sangre nuestros nudillos.
- Basta, no le voy a pegar.
- ¿No te dan ganas? Si te pone de los nervios.
Algo de razón tenía la voz, a Jimmie efectivamente Marie le sacaba de quicio. Le sacaba tanto de quicio a Jimmie que su cerebró recordó y le transportó de nuevo a otro recuerdo. Recordó ahora verse corriendo bajo la lluvia.
Recordó que llevaba casi a rastras de la mano a un joven muchacha. Recordó que aquella joven muchacha y él reían a carcajadas por Falling Street mientras se empapaban y se daban húmedos besos mientras andaban deprisa. Recordó los pequeños mareos que le provocaban los grados de alcohol en sangre y recordó que justo antes de llegar a su portal se embobó mirando la blanca luz que desprendía la alta y negra farola, luz que se veía entrecortada por el agua que caía del cielo y por el incesante parpadeo que producían sus ojos para tratar de apartar el agua engominada que le caía del pelo... Salió de su trance cuando vió una albina tela pasar ante sus ojos y rodearle los hombros justo antes de sentir un pequeño mordisco en el cuello y un apretón en el ya incómodo y ajustado paquete.
Recordó que acertó a la primera con la llave y recordó tambalearse por el pálido comedor mientras recibía apasionados besos. Recordó también la ropa caer al suelo por partes y recordó llegar a la habitación sin más que sus abultados blancos calzoncillos que ya nada dejaban a la imaginación. Recordó empujar a la joven a la cama y la recordó desnudándose, sonriendo pícaramente y haciéndole un gesto con el dedo para que se acercara.
Recordó estar fundido en besos y recordó el vaivén de las blancas cortinas mientras buscaba penetrarla cuando recordó sonar el timbre.
Volvió a su taza de café, se manuseó el paquete para recolocárselo, sorbió un poco de café y volvió a mirar el techo , para seguir recordando.
Recordó que, sin vestirse, desvergonzado por el alcohol y con la prominente erección acudió a la puerta descalzo. Miró a través de la mirilla y recordó ver a Marie, ligeramente despeinada, sin maquillar y con un lechoso albornoz cubriendo su cuerpo. Recordó quedarse mirándola un rato y recordó verla moverse nerviosamente mientras miraba impaciente su reloj muñequero una y otra vez. Recordó de nuevo a su interior voz.
- Abre rápido, estámpala contra la pared y fóllatela mientras la llamas puta.
- No pienso hacer eso, tengo a... a...
- ¿Veronica? ¿Monica? Vamos ni siquiera sabes como se llama, mátalas a las dos.
- ¿Cuándo vas a dejar de decirme que mate a la gente?
- Cuando las mates.
- Déjame...
Recordó abrir la puerta y recordó la mirada de Marie desviarse a su paquete, y la recordó con cara de asombro y recordó decirle:
- Jimmie, por favor... ¿no ves que horas son?
- Disculpa Marie, no pretendía molestar
- Pues lo has hecho. Mañana madrugo ¿sabes?
- Lo sé, intentaré no hacer más ruido.
Recordó cerrar la puerta, recordó cerrar fuertemente los puños pues tenía muchas ganas de darle un puñetazo a la entrometida mujer.
- Deberías haberle dado. Seguro que se habría callado.
- No creo que eso hubiese arreglado las cosas, mejor volvamos a lo que estabamos haciendo.
- Mientras se la metemos podrías clavarle un cuchillo, o darle unas tortas hasta que sangre. Seguro que le gusta.
- Seguro que te gusta a tí. No pienso hacerlo.
- Deberías, y luego te corres sobre sus heridas y ves el semen mezclarse con la sangre. Dime que no te pone.
- No, no me excita en absoluto, me repugna.
- Pues te ha vuelto la erección.
Efectivamente, ahi estaba de nuevo. Recordó asustarse un poco y recordó haber pegado el polvo más silencioso de su vida. Recordó que la misteriosa joven se marchó en mitad de la noche y recordó que días después vió en el periódico que había sido asesinada.
Volvió en sí y giró la cabeza a la derecha, miró a la argéntea pared mientras el bello frufrú de la blanca tela cantaba de nuevo con su movimiento de cabeza y, mientras se mojaba los labios con su lengua observó atentamente el recorte de periódico, con la noticia del asesinato de la joven bailando al son de la brisa de verano que endureció su pezón minutos antes.