miércoles, 13 de febrero de 2013

La inmortalidad a través de la fama



Cuando se piensa en las culturas del Oriente Próximo, y en especial en la cultura egipcia, siempre nos vienen a la mente sus grandes monumentos; sus templos, sus edificios y sobre todo, las famosas pirámides. Bien envueltas siempre por los no estudiosos de un halo de misterio; misterio y desconocimiento ligado al miedo que en reiteradas ocasiones llevan a pensar en conspiraciones cosmológicas… más bien astronómicas; dónde la presencia extraterrestre cobra vida en forma de sabios constructores, de arquitectos impresionantes y de poseedores de maquinaria para realizar esas construcciones “impensables” para la época. A veces la gente olvida que el ser humano es sorprendente, imaginativo, audaz y, ante todo, inteligente.

La historia de la humanidad siempre ha estado plagada de suntuosas construcciones, enormes moles de tierra y piedra trabajada que se asentaron para diversas funciones, aunque la más importante en todas las civilizaciones de la antigüedad fue la de dejar huella. Estar presente a través del tiempo cuando la carne no es carne, cuando el hueso es polvo, y cuando el papiro marchita. Si bien pueda haber otros precursores en mega-construcciones, no cabe duda que los egipcios hicieron bien su trabajo; que sus impresionantes obras arquitectónicas quedasen presentes, dormidas en el desierto africano durante el paso de los milenios. Y sorprende también la supervivencia de las mismas, por muchas profanaciones en formas de violentos saqueos, por muchos azotes que les regale el temporal, por mucho que la erosión se cebe con sus antiguos hermosos esplendores; permanecen más o menos erguidas, mostrando aún hoy en día, toda la fuerza faraónica; toda muestra del inmenso poderío que tenían.

Echando la vista de nuevo atrás, nos percatamos que toda gran civilización que se precie, que fue importante en su época, tiene vástagos: pequeños resquicios de lo que en su día fueron, en su mayoría esos vástagos se manifiestan en esas mega-construcciones de las que hablaba antes; las que han hecho que sus conocimientos y cultura perduren y vivan  a lo largo del tiempo. Así pues tenemos las sorprendentes mastabas y pirámides egipcias; los templos acolumnados de Grecia, los esplendorosos coliseos, teatros, anfiteatros y un largo catálogo de construcciones romanas, las pirámides escalonadas de las culturas del otro lado del charco, la gran muralla china, los templos budistas japoneses… en definitiva muestras de la grandeza del ser humano que se construyeron para pervivir en el recuerdo eterno, en el recuerdo a través de las generaciones, en la fama por la presencia conceptual…

La perduración del ser a través del tiempo ya lo explicaban los egipcios con su K3, lo explica el cristianismo con la reencarnación y lo demuestran muchos célebres personajes con la realización de hazañas memorables, como las del profeta Muhammad o las conquistas de Alejandro Magno. Hoy en día parece que ese sentimiento de durabilidad a través de las eras se ha distanciado de nuestros objetivos, y ni tan siquiera los líderes lo persiguen. Tal vez sea por la excesiva creencia atea existente, o por el magnánimo pensamiento del Carpe Diem (curioso referirse a un modo de vida moderno con un término tan antiguo como es uno latino), tan puesto de moda hoy en día, o tal vez sea por un hecho totalmente contradictorio a lo que acabo de mencionar; lo podemos conseguir más fácilmente. Y digo esto por la revolución tecnológica de la que tenemos suerte de ser participes, y digo esto porque parece que con una fotografía podamos salvar las infranqueables barreras del tiempo. Me compadezco de los antiguos por olvidar la cara de sus tempranos muertos con el paso de los años, me compadezco por la efímera vida de sus, y para quien tuviese la suerte de saber dibujar los sonidos, pensamientos escritos…

Avanzando en el tiempo, y ya bebiendo de copas europeas infundadas por doquier de cristianismo, nos topamos con descaradas iglesias, presuntuosas catedrales e insultantes castillos que infundían (e infunden) respeto por sus dueños, bien sea Dios todo poderoso, bien sea el Rey o el Conde de turno, que tuvo la suerte de ser parido por una fémina, o mejor doncella o dama por si me culpan de injurias a la corona, cuya función no era más que la de mostrar poder a través de los siglos, bien es cierto que aquellas antiguas pirámides representaban a un solo ser, divinizado tras la muerte (o en vida como Khufu, mención aparte de su soberbia) y estas más contemporáneas a una familia; pero a pesar de ello no dejan de ser una muestra inequívoca de la necesidad de perdurar los nombres en el tiempo, permanecer en la memoria y el recuerdo de las personas. Algunos filmes tratan de representar este hecho, como, por ejemplo, la “obra” de Troya - que dejaremos a libre albedrío las diferentes opiniones -; muestra como sus personajes quieren ser recordados a través del tiempo mediante sus hazañas (y por si no queda claro, la composición llevada a cabo por James Horner así te lo recuerda implícito en una sinfonía conducida vocalmente por Josh Groban de título Remember me en los créditos de la película) y otros directamente se mofan de ese afán de supervivencia por medio del recuerdo, como en el largo de Futurama en el que Bender trata de ser recordado construyendo un enorme monumento dedicado a su “persona”, en cuyo proceso no hace ascos en esclavizar de forma tirana a sus súbditos para conseguir su fin; clara burla al sistema social de Egipto, y también burla a la creencia extraterrestre del origen Egipto, pues la película tiene lugar en un planeta poblado por los egipcios.

Amén de todas estas afirmaciones, queda claro que el ser humano, desde los albores de su existencia, y desde que su complejidad social le instó para ello; siempre ha tratado de recordar a sus difuntos a través de varios mecanismos, muestra de ello son las construcciones megalíticas, o las diferentes tumbas encontradas a lo largo y ancho del mundo; pero el hecho de ser recordado a través del tiempo gozó de su máxima expresión en el Oriente próximo, o al menos de idealizar y honrar al líder del grupo; y pienso que esto último se nos fue un poco de las manos.

Otro hecho que atrae mi atención es que la mayoría de las religiones traten siempre de enterrar a los cuerpos bajo tierra; de tierra naces y en tierra mueres; o te descompones; mención aparte de las culturas incineradoras que tanto auge tienen hoy en día; y, precisamente del presente quería hablar, porque ¿dónde quedó el sentimiento de devolver a tus difuntos a la tierra? Quizá por falta de espacio, o por abaratar costes de suelo, no lo sé; hay quien deposita a sus muertos en una pared, en un cubículo. En cualquier caso, cualquiera que sea la forma de realizar el último adiós, queda patente la necesidad de recordar al conocido, al querido; o la necesidad de ser recordado por los, al menos, más allegados. A continuación rendimos culto durante toda la vida a esta persona, le entregamos flores, vamos a visitarla… continuamos adorando a nuestros difuntos rindiéndoles culto al igual que lo hicieron primeramente aquellos seres humanos desprovistos de evolución y tecnología. Queda relegada la necesidad de adorar a nuestros líderes por la eternidad (al menos en comunidades no religiosas).

Cuando me vuelvo sobre mis palabras, me doy cuenta que no hago mención alguna a mi entendimiento con esa forma de actuar; no entiendo ese afán de perdurabilidad en el tiempo cuando ya no estás, sin poder disfrutar de tu “merecida” fama. Siento que es como el artista que es venerado y elogiado después de muerto; “a buenas horas…” me da siempre por pensar. Imagino que lo tomo de esa forma porque hablo desde una postura no creyente y desde el pensamiento de que somos lo que somos; animales que se marchitan con el paso del tiempo y que al morir son pasto de la naturaleza y ya nada queda de nosotros. Por supuesto pienso en mis difuntos, que los tengo; por supuesto me gusta ver sus fotografías y recordar lo que fueron y significan para mí; tal vez si el destino me hubiese colocado mil, dos mil, tres mil, diez mil años atrás comprendería el honor que supone ser recordado por ser un esclavista, o ser recordado por pertenecer a la élite de un imperio que siempre estuvo rodeado de corrupción admitida… Sin embargo, y a pesar de que no lo entiendo, o comparto; no puedo evitar sentir escalofríos y que se me ponga la piel de gallina cuando leo, por ejemplo, que Ovidio termina sus metamorfosis con aquello de “Y allá por donde el poder de Roma se extienda sobre las tierras sometidas, los labios del pueblo me leerán, y por todos los siglos, si algo de verdad hay en las predicciones de los poetas, gracias a la fama yo viviré”, ya que su acción si es una noble, ser recordado a través de sus palabras escritas; dónde no ha habido más esclavo que su mano y sus trazos.

La perdurabilidad en el tiempo es un tema que no parece haber trascendido más allá del poder militar y atlético en la cultura griega; no sé si me lo parece tal vez por mi falta de formación (seguramente), o tal vez porque así sea, pero el hecho es que todo lo que se conserva no es atribuido a ningún gran rey, si no al pueblo entero de Grecia. Tal vez sea porque tenían una visión diferente, querían que sus obras fuesen recordadas y no sus nombres; pues son muchos los ejemplos de obras  con el nombre de un autor al que no se les puede atribuir porque se sabe con certeza que no fueron escritas o pronunciadas por ella, pero sin embargo ahí están hoy; atribuidas a un nombre falso con un maestro anónimo del viaje en el tiempo.

Haciendo un nuevo salto a través de los siglos, dejamos atrás la necesidad de ser recordado por los monumentos y por las grandes batallas y pasamos al resurgimiento de los inventores; concentrados los más conocidos entre los siglos XVII y XIX, estas personas parecen dejar de lado las mega-construcciones pero guardan la similitud de que el resto de los mortales los adoramos e inmortalizamos, e incluso, al igual que a los grandes faraones, los estudiamos. Esto refleja de nuevo lo que vengo comentando en todo el texto; y es, en resumidas cuentas, que parecemos estar programados para adorar a nuestros líderes, a nuestros representantes, a nuestros destacados. Aunque en este aspecto, en el de inventar, hoy en día ya no somos personas quienes inventamos, sino instituciones; por lo que de nuevo encontramos esa desdivificación de estos humanos que tanto nos han aportado.

Poco nos queda del sentimiento idealista y divinizador de nuestros líderes, que allá por el segundo milenio estaba proliferando; aunque no podemos negar que la herencia de los ritos funerarios promulgados por las culturas de Oriente Próximo han tenido gran influencia en nuestros quehaceres fúnebres , ya sea mediante el rito cristiano (evolucionado de un pueblo que convivió con Egipto), ya sea con culto al difunto, ya sea con el ensalzo del difunto por su vida o por su posición… Hoy en día ya no se construyen enormes templos para las gentes célebres, pero si se realizan grandes festines funerales; un ejemplo cercano lo tenemos en los macro conciertos dedicados a la muerte de Freddy Mercury o, un poco más macabro, el macro concierto dedicado a Michael Jackson, que incluso estuvo de cuerpo presente, eso sí en ataúd cerrado.

En definitiva, aquellos hombres, con su idea de divinizar a su líder y acercarlo al mundo divino de las estrellas, removieron el mundo entero con sus grandes construcciones, haciendo que las ambiciones de los más poderosos creciesen hasta el infinito y deseasen un trozo de pastel, o de paisaje más bien, en este mundo loco. Idea que ha llevado a lo largo de los siglos a tener un bonito mundo que visitar, un bonito turismo que realizar y un recuerdo que, del más feo al más bonito, perdurará por toda la eternidad.