Cuando se piensa en las culturas del
Oriente Próximo, y en especial en la cultura egipcia, siempre nos vienen a la
mente sus grandes monumentos; sus templos, sus edificios y sobre todo, las
famosas pirámides. Bien envueltas siempre por los no estudiosos de un halo de
misterio; misterio y desconocimiento ligado al miedo que en reiteradas ocasiones
llevan a pensar en conspiraciones cosmológicas… más bien astronómicas; dónde la
presencia extraterrestre cobra vida en forma de sabios constructores, de
arquitectos impresionantes y de poseedores de maquinaria para realizar esas
construcciones “impensables” para la época. A veces la gente olvida que el ser
humano es sorprendente, imaginativo, audaz y, ante todo, inteligente.
La historia de la humanidad siempre
ha estado plagada de suntuosas construcciones, enormes moles de tierra y piedra
trabajada que se asentaron para diversas funciones, aunque la más importante en
todas las civilizaciones de la antigüedad fue la de dejar huella. Estar
presente a través del tiempo cuando la carne no es carne, cuando el hueso es
polvo, y cuando el papiro marchita. Si bien pueda haber otros precursores en mega-construcciones,
no cabe duda que los egipcios hicieron bien su trabajo; que sus impresionantes
obras arquitectónicas quedasen presentes, dormidas en el desierto africano
durante el paso de los milenios. Y sorprende también la supervivencia de las
mismas, por muchas profanaciones en formas de violentos saqueos, por muchos
azotes que les regale el temporal, por mucho que la erosión se cebe con sus
antiguos hermosos esplendores; permanecen más o menos erguidas, mostrando aún
hoy en día, toda la fuerza faraónica; toda muestra del inmenso poderío que
tenían.
Echando la vista de nuevo atrás, nos
percatamos que toda gran civilización que se precie, que fue importante en su
época, tiene vástagos: pequeños resquicios de lo que en su día fueron, en su
mayoría esos vástagos se manifiestan en esas mega-construcciones de las que
hablaba antes; las que han hecho que sus conocimientos y cultura perduren y
vivan a lo largo del tiempo. Así pues tenemos
las sorprendentes mastabas y pirámides egipcias; los templos acolumnados de
Grecia, los esplendorosos coliseos, teatros, anfiteatros y un largo catálogo de
construcciones romanas, las pirámides escalonadas de las culturas del otro lado
del charco, la gran muralla china, los templos budistas japoneses… en
definitiva muestras de la grandeza del ser humano que se construyeron para
pervivir en el recuerdo eterno, en el recuerdo a través de las generaciones, en
la fama por la presencia conceptual…
La perduración del ser a través del
tiempo ya lo explicaban los egipcios con su K3, lo explica el
cristianismo con la reencarnación y lo demuestran muchos célebres personajes
con la realización de hazañas memorables, como las del profeta Muhammad o las
conquistas de Alejandro Magno. Hoy en día parece que ese sentimiento de
durabilidad a través de las eras se ha distanciado de nuestros objetivos, y ni
tan siquiera los líderes lo persiguen. Tal vez sea por la excesiva creencia
atea existente, o por el magnánimo pensamiento del Carpe Diem (curioso
referirse a un modo de vida moderno con un término tan antiguo como es uno
latino), tan puesto de moda hoy en día, o tal vez sea por un hecho totalmente
contradictorio a lo que acabo de mencionar; lo podemos conseguir más
fácilmente. Y digo esto por la revolución tecnológica de la que tenemos suerte
de ser participes, y digo esto porque parece que con una fotografía podamos
salvar las infranqueables barreras del tiempo. Me compadezco de los antiguos
por olvidar la cara de sus tempranos muertos con el paso de los años, me
compadezco por la efímera vida de sus, y para quien tuviese la suerte de saber
dibujar los sonidos, pensamientos escritos…
Avanzando en el tiempo, y ya bebiendo
de copas europeas infundadas por doquier de cristianismo, nos topamos con
descaradas iglesias, presuntuosas catedrales e insultantes castillos que
infundían (e infunden) respeto por sus dueños, bien sea Dios todo poderoso,
bien sea el Rey o el Conde de turno, que tuvo la suerte de ser parido por una
fémina, o mejor doncella o dama por si me culpan de injurias a la corona, cuya
función no era más que la de mostrar poder a través de los siglos, bien es
cierto que aquellas antiguas pirámides representaban a un solo ser, divinizado
tras la muerte (o en vida como Khufu, mención aparte de su soberbia) y
estas más contemporáneas a una familia; pero a pesar de ello no dejan de ser
una muestra inequívoca de la necesidad de perdurar los nombres en el tiempo,
permanecer en la memoria y el recuerdo de las personas. Algunos filmes tratan
de representar este hecho, como, por ejemplo, la “obra” de Troya - que
dejaremos a libre albedrío las diferentes opiniones -; muestra como sus
personajes quieren ser recordados a través del tiempo mediante sus hazañas (y
por si no queda claro, la composición llevada a cabo por James Horner así te lo
recuerda implícito en una sinfonía conducida vocalmente por Josh Groban de
título Remember me en los créditos de la película) y otros directamente
se mofan de ese afán de supervivencia por medio del recuerdo, como en el largo
de Futurama en el que Bender trata de ser recordado construyendo
un enorme monumento dedicado a su “persona”, en cuyo proceso no hace ascos en
esclavizar de forma tirana a sus súbditos para conseguir su fin; clara burla al
sistema social de Egipto, y también burla a la creencia extraterrestre del
origen Egipto, pues la película tiene lugar en un planeta poblado por los
egipcios.
Amén de todas estas afirmaciones,
queda claro que el ser humano, desde los albores de su existencia, y desde que
su complejidad social le instó para ello; siempre ha tratado de recordar a sus
difuntos a través de varios mecanismos, muestra de ello son las construcciones
megalíticas, o las diferentes tumbas encontradas a lo largo y ancho del mundo;
pero el hecho de ser recordado a través del tiempo gozó de su máxima expresión
en el Oriente próximo, o al menos de idealizar y honrar al líder del grupo; y
pienso que esto último se nos fue un poco de las manos.
Otro hecho que atrae mi atención es
que la mayoría de las religiones traten siempre de enterrar a los cuerpos bajo
tierra; de tierra naces y en tierra mueres; o te descompones; mención aparte de
las culturas incineradoras que tanto auge tienen hoy en día; y, precisamente
del presente quería hablar, porque ¿dónde quedó el sentimiento de devolver a
tus difuntos a la tierra? Quizá por falta de espacio, o por abaratar costes de
suelo, no lo sé; hay quien deposita a sus muertos en una pared, en un cubículo.
En cualquier caso, cualquiera que sea la forma de realizar el último adiós,
queda patente la necesidad de recordar al conocido, al querido; o la necesidad
de ser recordado por los, al menos, más allegados. A continuación rendimos
culto durante toda la vida a esta persona, le entregamos flores, vamos a
visitarla… continuamos adorando a nuestros difuntos rindiéndoles culto al igual
que lo hicieron primeramente aquellos seres humanos desprovistos de evolución y
tecnología. Queda relegada la necesidad de adorar a nuestros líderes por la
eternidad (al menos en comunidades no religiosas).
Cuando me vuelvo sobre mis palabras,
me doy cuenta que no hago mención alguna a mi entendimiento con esa forma de
actuar; no entiendo ese afán de perdurabilidad en el tiempo cuando ya no estás,
sin poder disfrutar de tu “merecida” fama. Siento que es como el artista que es
venerado y elogiado después de muerto; “a buenas horas…” me da siempre por
pensar. Imagino que lo tomo de esa forma porque hablo desde una postura no
creyente y desde el pensamiento de que somos lo que somos; animales que se
marchitan con el paso del tiempo y que al morir son pasto de la naturaleza y ya
nada queda de nosotros. Por supuesto pienso en mis difuntos, que los tengo; por
supuesto me gusta ver sus fotografías y recordar lo que fueron y significan
para mí; tal vez si el destino me hubiese colocado mil, dos mil, tres mil, diez
mil años atrás comprendería el honor que supone ser recordado por ser un
esclavista, o ser recordado por pertenecer a la élite de un imperio que siempre
estuvo rodeado de corrupción admitida… Sin embargo, y a pesar de que no lo
entiendo, o comparto; no puedo evitar sentir escalofríos y que se me ponga la
piel de gallina cuando leo, por ejemplo, que Ovidio termina sus metamorfosis
con aquello de “Y allá por donde el poder de Roma se extienda sobre las tierras
sometidas, los labios del pueblo me leerán, y por todos los siglos, si algo de
verdad hay en las predicciones de los poetas, gracias a la fama yo viviré”, ya
que su acción si es una noble, ser recordado a través de sus palabras escritas;
dónde no ha habido más esclavo que su mano y sus trazos.
La perdurabilidad en el tiempo es un
tema que no parece haber trascendido más allá del poder militar y atlético en
la cultura griega; no sé si me lo parece tal vez por mi falta de formación
(seguramente), o tal vez porque así sea, pero el hecho es que todo lo que se
conserva no es atribuido a ningún gran rey, si no al pueblo entero de Grecia.
Tal vez sea porque tenían una visión diferente, querían que sus obras fuesen
recordadas y no sus nombres; pues son muchos los ejemplos de obras con el nombre de un autor al que no se les
puede atribuir porque se sabe con certeza que no fueron escritas o pronunciadas
por ella, pero sin embargo ahí están hoy; atribuidas a un nombre falso con un
maestro anónimo del viaje en el tiempo.
Haciendo un nuevo salto a través de
los siglos, dejamos atrás la necesidad de ser recordado por los monumentos y
por las grandes batallas y pasamos al resurgimiento de los inventores;
concentrados los más conocidos entre los siglos XVII y XIX, estas personas
parecen dejar de lado las mega-construcciones pero guardan la similitud de que
el resto de los mortales los adoramos e inmortalizamos, e incluso, al igual que
a los grandes faraones, los estudiamos. Esto refleja de nuevo lo que vengo
comentando en todo el texto; y es, en resumidas cuentas, que parecemos estar
programados para adorar a nuestros líderes, a nuestros representantes, a
nuestros destacados. Aunque en este aspecto, en el de inventar, hoy en día ya
no somos personas quienes inventamos, sino instituciones; por lo que de nuevo
encontramos esa desdivificación de estos humanos que tanto nos han aportado.
Poco nos queda del sentimiento
idealista y divinizador de nuestros líderes, que allá por el segundo milenio
estaba proliferando; aunque no podemos negar que la herencia de los ritos
funerarios promulgados por las culturas de Oriente Próximo han tenido gran
influencia en nuestros quehaceres fúnebres , ya sea mediante el rito cristiano
(evolucionado de un pueblo que convivió con Egipto), ya sea con culto al
difunto, ya sea con el ensalzo del difunto por su vida o por su posición… Hoy
en día ya no se construyen enormes templos para las gentes célebres, pero si se
realizan grandes festines funerales; un ejemplo cercano lo tenemos en los macro
conciertos dedicados a la muerte de Freddy Mercury o, un poco más macabro, el
macro concierto dedicado a Michael Jackson, que incluso estuvo de cuerpo
presente, eso sí en ataúd cerrado.
En definitiva, aquellos hombres, con
su idea de divinizar a su líder y acercarlo al mundo divino de las estrellas,
removieron el mundo entero con sus grandes construcciones, haciendo que las
ambiciones de los más poderosos creciesen hasta el infinito y deseasen un trozo
de pastel, o de paisaje más bien, en este mundo loco. Idea que ha llevado a lo
largo de los siglos a tener un bonito mundo que visitar, un bonito turismo que
realizar y un recuerdo que, del más feo al más bonito, perdurará por toda la
eternidad.
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