viernes, 4 de octubre de 2013

Fugaz

¡Oh!, suntuosa situación la que se me presenta;  dichoso el destino que quiso que aquí en este momento me hallase. Bendito mi hermano que decidió tomar camino alternativo, tomar senda diferente para mismo destino, pero mi obstinado quehacer me trajo hasta aquí, bajo el farol que ilumina con su fuego perecedero el sombrío callejón...¡Ay de mí! ¡Pasadizo dónde me cruzaré con mi fatal porvenir! 

Este portador de óbito, que cruza vera de mi ser, con un endemoniado letal poder cubierto de acero, atraviesa mi cálida carne sin titubear, sin mediar palabra alguna con su humilde víctima. ¡Oh hermano! ¿Qué pretende este fiel seguidor de la muerte? ¿Qué busca este servidor de nuestro tan temido destino?

Con un intenso dolor me arrodillo al suelo, en sintonía con las desesperadas plegarias que mis derrotados labios se esfuerzan en pronunciar; escucho el eco de sus rápidos pasos y llegan a mí comprensión como el ritmo al que huye la dulce y amarga vida de mi cuerpo; siento mis extremidades inferiores calientes, pero a la vez siento mucho frío. Observó mi mano en un ademán de cerciorarme de lo ocurrido, la cual yace inmóvil presionando la fuente que emana de mí el líquido vital; no existe forma alguna de derogar su salida, presiento que Dios me reclama ante él, puedo sentir a los ángeles alzándome al cielo; pobre de mi hermano, y de mi gente; que deberán encontrarme tendido en el suelo, sobre mi marea roja y con los ojos vidriosos fijándose en el infinito, encontrados cara a cara con el ser supremo tras la fugaz visita de la parca.

Ya caigo al suelo, me siento sin fuerzas. La cabeza reposa en la húmeda tierra, percibo un ligero olor a hierro joven, los últimos recuerdos que quedarán borrados se me antojan como unos finos y delicados pies, aprisionados en unos zapatos de fieltro teñidos de verde; pero ellos no se han de preocupar por mí porque, y si San Pedro así lo desea, me hallaré en breves instantes cruzando los portones hacia el paraíso.


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Sé ingenioso, no cuesta nada.